Mientras la impía lluvia borraba la rayuela las palabras del párroco seguían retumbando en mi mente. El cuerpo se queda, pero el alma vuela libre cuando exhalamos nuestro último suspiro- dijo en su homilía.
Era el trabajo más complicado que había realizado. ¡ Pero qué demonios, que vuele!
Mi jefe siempre me pedía una prueba. Prueba de vida la llama él.¡ Vaya ironía ! No se me ocurrió otra cosa que llevarme que su alzacuellos aunque
quizá fue el mármol mojado o por qué no, justicia divina, pero no recuerdo nada tras mi resbalón. Luego volé y me reuní con el párroco.
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