miércoles, 25 de junio de 2014

Un día en la vida de......Grigori Rasputín

     San Petersburgo. Rusia. 29 de diciembre de 1916

      - ¡De esta noche no pasa! -Exclamó Yusúpov- . Debemos hacer que venga a palacio, debe morir aquí.
   - La única posibilidad de que acceda a venir es diciéndole que va a conocer a tu mujer – repuso Purishkévich, conocedor del deseo del místico en conocer a la bella mujer del noble ruso
Sin más demora el príncipe Yusúpov mandó una misiva a Rasputín, invitándolo a una fiesta privada que tendría lugar esa misma noche.
- La carta la firmará Irina- dijo Yusúpov. Nunca pensará que esta será su  última noche.
Yusúpov, Purishkévich y Románov, principales conspiradores comenzaron con los preparativos de la gran fiesta en honor a Rasputín. El plan era de lo más sencillo. Dosis letales de cianuro en los pasteles que le serían ofrecidos a Rasputín.
- Debemos darle algo de beber. Vino dulce nos servirá- comentó Románov-, convencido de que de esta forma el curandero no notará el sabor agrio que le dejaría el cianuro mezclado con los pasteles.

    Todo estaba preparado. Solo faltaba el invitado. Rasputín llegó puntual a la cita. Era más el deseo que tenía de conocer a Irina, que las sospechas de esa sería su última noche. Siempre pensó que sería asesinado por miembros de la alta sociedad rusa.
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      -¿Cuándo voy a ver a Irina?- Exclamaba una y otra vez Rasputín.
-         - En cinco minutos bajará- respondió Yusúpov-, está terminando de retocarse

     El principal conspirador comenzaba a perder los nervios al comprobar que Rasputín ya se había comido cinco pasteles y salvo un pequeño mareo seguía bailando al son de la música. Hay que actuar rápido o descubrirá que mi mujer se encuentra en la otra punta de Rusia- pensó Yusúpov.

Durante un rato el rico noble ruso abandonó la  fiesta, argumentando que iba a ver cuanto le faltaba a Irina y se dirigió a una de las estancias. Allí lo esperaba  Purishkévich.
-          -¿Ha muerto ya?- Preguntó Purishkévich.
-         -¡Aún sigue vivo!- Exclamó Yusúpov, sin salir de su asombro. -En cada pastel está tomando dosis letales de cianuro y sigue como una rosa.
-         -Hay que actuar ya o nos descubrirá- prosiguió Purishkévich, convencido de que acabando con la vida de Rasputín el volvería a tener la influencia en palacio que tenía antaño. – Coge tu  pistola y pon fin a este desvarío. No creo que sea inmortal como dice el pueblo.

   Yusúpov, harto de la influencia que el “monje loco” ejercía sobre su prima Alejandra y sobre su marido el zar, decidió coger su pistola y acabar de una vez por todas con Rasputín. Bajó al sotano, cogió su arma y se encaminó hacia el curandero. Una vez llegó a la altura de Rasputín disparó en varias ocasiones sobre la espalda del confidente de la zarina, que cayó desplomado al suelo. Yusúpov se acercó al cuerpo para comprobar que sus disparos habían sido certeros. Rasputín, aun con fuerzas se enganchó en su hombro y se levantó.

- ¡Te maldigo por el daño  que me estás haciendo!- gritó dolorido Rasputín.-¡ Si muero esta noche en menos de dos años caerá la monarquía!
 Cojeando consiguió salir al patio del palacio  e intentar huir a través de la espesa nieve. Una nube de balazos recorrieron el patio interior sin golpear a Rasputín, pero en la otra punta lo esperaba Purishkévich, que de tres tiros derribó al monje. Una vez en el suelo, un certero disparo en la cabeza acaba con la vida del confesor real.
- Por fin- exclamó Yusúpov desde la otra punta del patio. – Debemos deshacernos del cuerpo.
 Tras la agitada noche y las dificultades que habían encontrado para acabar con la vida de Rasputín, los conspiradores decidieron velar el cadáver cinco horas para comprobar que realmente estaba muerto. Una vez que se aseguraron que “el inmortal” había fallecido, lo arrojaron por un agujero al río Neva, que pasa cerca del palacio.
  Días más tarde apareció el cadáver de Rasputín. La autopsia determinó que el fallecimiento se había producido por ahogamiento en el Neva. Sus pulmones estaban llenos de agua.


PD: Rasputín, proveniente de una humilde familia campesina rusa, se había hecho un hueco en el palacio de los zares rusos en los primeros años del siglo XX. Allí, con argucias y con algo de suerte, se había convertido en consejero real del zar Nicolás II apoyado por su gran valedora en la corte, la zarina, y mujer de Nicolás II, Alejandra. Este personaje, conocido como “el monje loco” entró en palacio gracias a una amiga de Alejandra que lo envió allí para tratar la hemofilia que sufría uno de los hijos del zar. Rasputín, sin un oficio declarado, se ganaba la vida sanando a la gente con poderes “místicos”, como argumentaban sus propios conciudadanos. En la actualidad sería considerado un curandero. Tal fue la influencia que llegó a tener en palacio, que no tardaron en brotarle los enemigos entre la nobleza rusa.
  Sin saberlo, sus verdugos estaban suministrándole el veneno  pero también su antídoto. La glucosa del vino dulce y de los pasteles bloqueaba la acción del cianuro. 

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