San Petersburgo. Rusia. 29 de diciembre de
1916
- ¡De esta noche no pasa! -Exclamó
Yusúpov- . Debemos hacer que venga a palacio, debe morir aquí.
- La única posibilidad de que acceda a venir es diciéndole que va a
conocer a tu mujer – repuso Purishkévich, conocedor del deseo del místico en
conocer a la bella mujer del noble ruso
Sin más demora el príncipe
Yusúpov mandó una misiva a Rasputín, invitándolo a una fiesta privada que
tendría lugar esa misma noche.
- La carta la firmará Irina- dijo
Yusúpov. Nunca pensará que esta será su
última noche.
Yusúpov, Purishkévich y Románov,
principales conspiradores comenzaron con los preparativos de la gran fiesta en
honor a Rasputín. El plan era de lo más sencillo. Dosis letales de cianuro en
los pasteles que le serían ofrecidos a Rasputín.
- Debemos darle algo de beber.
Vino dulce nos servirá- comentó Románov-, convencido de que de esta forma el
curandero no notará el sabor agrio que le dejaría el cianuro mezclado con los
pasteles.
Todo estaba preparado. Solo faltaba el invitado. Rasputín llegó puntual
a la cita. Era más el deseo que tenía de conocer a Irina, que las sospechas de
esa sería su última noche. Siempre pensó que sería asesinado por miembros de la
alta sociedad rusa.
-
-¿Cuándo voy a ver a Irina?- Exclamaba una y otra
vez Rasputín.
- - En cinco minutos bajará- respondió Yusúpov-,
está terminando de retocarse
El principal
conspirador comenzaba a perder los nervios al comprobar que Rasputín ya se
había comido cinco pasteles y salvo un pequeño mareo seguía bailando al son de
la música. Hay que actuar rápido o descubrirá que mi mujer se encuentra en la
otra punta de Rusia- pensó Yusúpov.
Durante un
rato el rico noble ruso abandonó la fiesta, argumentando que iba a ver cuanto le
faltaba a Irina y se dirigió a una de las estancias. Allí lo esperaba Purishkévich.
- -¿Ha muerto ya?- Preguntó Purishkévich.
- -¡Aún sigue vivo!- Exclamó Yusúpov, sin salir de
su asombro. -En cada pastel está tomando dosis letales de cianuro y sigue como
una rosa.
- -Hay que actuar ya o nos descubrirá- prosiguió Purishkévich,
convencido de que acabando con la vida de Rasputín el volvería a tener la
influencia en palacio que tenía antaño. – Coge tu pistola y pon fin a este desvarío. No creo
que sea inmortal como dice el pueblo.
Yusúpov, harto de la influencia
que el “monje loco” ejercía sobre su prima Alejandra y sobre su marido el zar,
decidió coger su pistola y acabar de una vez por todas con Rasputín. Bajó al
sotano, cogió su arma y se encaminó hacia el curandero. Una vez llegó a la
altura de Rasputín disparó en varias ocasiones sobre la espalda del confidente
de la zarina, que cayó desplomado al suelo. Yusúpov se acercó al cuerpo para
comprobar que sus disparos habían sido certeros. Rasputín, aun con fuerzas se
enganchó en su hombro y se levantó.
- ¡Te maldigo por el daño que me estás haciendo!- gritó dolorido
Rasputín.-¡ Si muero esta noche en menos de dos años caerá la monarquía!
Cojeando consiguió salir al patio del
palacio e intentar huir a través de la
espesa nieve. Una nube de balazos recorrieron el patio interior sin golpear a
Rasputín, pero en la otra punta lo esperaba Purishkévich, que de tres tiros
derribó al monje. Una vez en el suelo, un certero disparo en la cabeza acaba
con la vida del confesor real.
- Por fin- exclamó Yusúpov desde
la otra punta del patio. – Debemos deshacernos del cuerpo.
Tras la agitada noche y las dificultades que
habían encontrado para acabar con la vida de Rasputín, los conspiradores
decidieron velar el cadáver cinco horas para comprobar que realmente estaba
muerto. Una vez que se aseguraron que “el inmortal” había fallecido, lo
arrojaron por un agujero al río Neva, que pasa cerca del palacio.
Días más tarde apareció el cadáver de Rasputín. La autopsia determinó
que el fallecimiento se había producido por ahogamiento en el Neva. Sus pulmones
estaban llenos de agua.
PD: Rasputín, proveniente de una
humilde familia campesina rusa, se había hecho un hueco en el palacio de los
zares rusos en los primeros años del siglo XX. Allí, con argucias y con algo de
suerte, se había convertido en consejero real del zar Nicolás II apoyado por su
gran valedora en la corte, la zarina, y mujer de Nicolás II, Alejandra. Este
personaje, conocido como “el monje loco” entró en palacio gracias a una amiga
de Alejandra que lo envió allí para tratar la hemofilia que sufría uno de los
hijos del zar. Rasputín, sin un oficio declarado, se ganaba la vida sanando a
la gente con poderes “místicos”, como argumentaban sus propios conciudadanos.
En la actualidad sería considerado un curandero. Tal fue la influencia que llegó
a tener en palacio, que no tardaron en brotarle los enemigos entre la nobleza
rusa.
Sin saberlo, sus verdugos estaban suministrándole el veneno pero también su antídoto. La glucosa del vino
dulce y de los pasteles bloqueaba la acción del cianuro.
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