sábado, 10 de mayo de 2014

Maratón

La lluvia de fuego que lentamente devoraba la ciudad debía finalizar. El mensaje debía ser entregado. Los dioses estaban de mi parte. El dolor que subía desde mis pies y llegaba a mis entrañas no podía hacerme desfallecer, no les podía fallar. El destino de un pueblo estaba en aquel pergamino manchado por mi propia sangre que abrazaba mi cuerpo. Por fin llegué a los pies de aquel olivo,no pude entregar nada, las piernas se doblaron sin más y mis ojos emblanquecieron; lo único que atiné a decir fue: ¡Victoria! Después nada, silencio. Esos 42 Kilómetros acabaron con mi ser, pero no con mi leyenda.


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